Lección 246 y Manual del Maestro


LECCIÓN 246

Amar a mi Padre es amar a Su Hijo.

1. Que no piense que puedo encontrar el camino a Dios si abrigo odio en mi corazón. 2Que no piense que puedo conocer a mi Padre o a mi ser, si trato de hacerle daño al Hijo de Dios. 3Que no deje de reconocerme a mí mismo, y siga creyendo que mi conciencia puede abarcar lo que mi Padre es o que mi mente puede concebir todo el amor que Él me profesa y el que yo le profeso a Él.



2. Aceptaré seguir el camino que Tú elijas para que yo venga a Ti, Padre mío. 2Y no podré por menos que triunfar porque así lo dispone Tu Volun­tad. 3Y reconoceré que lo que Tu Voluntad dispone, y sólo eso, es lo que la mía dispone también. 4Por lo tanto, elijo amar a Tu Hijo. 5Amén.


Manual del Maestro

III. La función del maestro de Dios


1. Si el paciente tiene que cambiar de mentalidad para poderse curar, ¿qué puede hacer el maestro de Dios? 2¿Puede cambiar la mentalidad del paciente por él? 3Desde luego que no. 4Para aque­llos que ya están dispuestos a cambiar de mentalidad, la función del maestro de Dios no es otra que la de regocijarse con ellos, pues se han convertido en maestros de Dios junto con él. 5Con aquellos que no entienden lo que es la curación, no obstante, tiene una función más específica. 6Estos pacientes no se dan cuenta de que ellos mismos han elegido la enfermedad. 7Por el contrario, creen que la enfermedad los ha elegido a ellos. 8No tienen tampoco una mentalidad abierta al respecto. 9El cuerpo les dice lo que tienen que hacer y ellos obedecen. 10No tienen idea de cuán demente es este concepto. 11Sólo con que lo sospecharan, se curarían. 12Pero no sospechan nada. 13Para ellos la separación es absolutamente real.

2. Los maestros de Dios van a estos pacientes representando otra alternativa que dichos pacientes habían olvidado. 2La simple pre­sencia del maestro de Dios les sirve de recordatorio. 3Sus pensa­mientos piden el derecho de cuestionar lo que el paciente ha aceptado como verdadero. 4En cuanto que mensajeros de Dios, los maestros de Dios son los símbolos de la salvación. 5Le piden al paciente que perdone al Hijo de Dios en su Nombre. 6Repre­sentan la Alternativa. 7Con la Palabra de Dios en sus mentes, vienen como una bendición, no para curar a los enfermos sino para recordarles que hay un remedio que Dios les ha dado ya. 8No son sus manos las que curan. 9No son sus voces las que pro­nuncian la Palabra de Dios, 10sino que dan sencillamente lo que se les ha dado y exhortan dulcemente a sus hermanos a que se aparten de la muerte: 11¡He aquí, Hijo de Dios, lo que la Vida te puede ofrecer! 12¿Prefieres elegir la enfermedad en su lugar?"

3. Los maestros de Dios avanzados no toman en consideración, ni por un instante, las formas de enfermedad en las que sus her­manos creen. 2Hacerlo sería olvidar que todas ellas tienen el mismo propósito y que, por lo tanto, no son en modo alguno diferentes. 3Los maestros de Dios tratan de oír la Voz de Dios en ese hermano que se engaña a sí mismo hasta el punto de creer que el Hijo de Dios puede sufrir. 4Y le recuerdan que él no se hizo a sí mismo y que aún es tal como Dios lo creó. 5Los maestros de Dios reconocen que las ilusiones no pueden tener efectos. 6La verdad que se encuentra en sus mentes se extiende hasta la ver­dad que se encuentra en las mentes de sus hermanos, y de este modo no refuerzan sus ilusiones. 7Así éstas se llevan ante la ver­dad; la verdad no se lleva ante ellas. 8Y de esta manera se disipan, no por medio de la voluntad de otro, sino por medio de la única Voluntad que existe en unión Consigo Misma. 9Ésta es la función de los maestros de Dios: no ver voluntad alguna separada de la suya, ni la suya separada de la de Dios.


6. ¿TIENE SIEMPRE LUGAR LA CURACIÓN?

1. Sí, la curación siempre tiene lugar. 2Es imposible dejar que las ilusiones se lleven ante la verdad y al mismo tiempo conservar­las. 3La verdad demuestra que las ilusiones no tienen ningún valor. 4El maestro de Dios ha visto la corrección de sus propios errores en la mente del paciente, al reconocerla como lo que es. 5Al haber aceptado la Expiación para sí mismo, también la ha aceptado para el paciente. 6¿Qué ocurre, sin embargo, cuando el paciente usa la enfermedad como una forma de vida, creyendo que la curación es el camino a la muerte? 7Cuando esto ocurre, una curación repentina podría ocasionar una aguda depresión y una sensación de pérdida tan profunda, que el paciente podría incluso tratar de destruirse a sí mismo. 8No teniendo nada por lo que vivir, podría incluso pedir la muerte. 9Por su propio bien, pues, la curación tiene que esperar.

2. La curación se hará a un lado siempre que pueda percibirse como una amenaza. 2En el instante en que se le da la bienvenida, ahí está. 3Dondequiera que se haya ofrecido una curación, ésta se recibirá. 4¿Y qué es el tiempo ante los regalos de Dios? 5Nos hemos referido en muchas ocasiones en el texto a los tesoros que se ofrecen equitativamente, tanto para el que da los regalos de Dios como para el que los recibe. 6Ni uno solo se pierde, pues sólo pueden multiplicarse. 7Ningún maestro de Dios debe sen­tirse decepcionado si, habiendo ofrecido una curación, parece como si ésta no se hubiese recibido. 8No es su función juzgar cuándo debe aceptarse su regalo. 9Que tenga por seguro que ha sido recibido, y que no ponga en duda que será aceptado cuando se reconozca que es una bendición y no una maldición.

3. La función de los maestros de Dios no es evaluar el resultado de sus regalos. 2Su función es   simplemente darlos. 3Una vez que los han dado, han dado también el resultado, puesto que ello es parte del regalo. 4Nadie puede dar si está preocupado por los resultados de lo que da. 5Eso sería limitar lo que da, y, en ese caso, ni el que da ni el que recibe dispondrían del regalo. 6La confianza es parte esencial del acto de dar; de hecho, es la parte que hace posible el compartir; la parte que garantiza que el dador no ha de perder sino que únicamente ganará. 7¿Qué sentido tiene que alguien dé un regalo si luego se queda con él para asegurarse de que sea usado como mejor le parezca a él? 8Eso no es dar sino subyugar.

4. Haber abandonado toda preocupación por el regalo es lo que hace que sea verdaderamente dado. 2Y lo que hace posible dar de verdad es la confianza. 3La curación es el cambio de mentalidad que el Espíritu Santo procura que tenga lugar en la mente del paciente. 4Y es el Espíritu Santo en la mente del donante Quien le da el regalo a él. 5¿Cómo podría perderse? 6 ¿Cómo podría ser ineficaz? 7¿Cómo podría haber sido en vano? 8Las arcas de Dios jamás están vacías. 9Y si les faltase un solo regalo no estarían llenas. 10Dios garantiza, sin embargo, que las arcas estén siempre rebosantes. 11¿Por qué habría de preocuparse, entonces, un Maes­tro de Dios por lo que sucede con sus regalos? 12Al ser Dios Quien se los da a Sí Mismo, ¿quién iba a dejar de recibirlo todo en este intercambio santo?


7. ¿DEBE REPETIRSE LA CURACIÓN?

1. En realidad, esta pregunta se contesta a sí misma. 2La curación no puede repetirse. 3Si el paciente se ha curado, ¿qué queda por curar? 4Y si la curación siempre tiene lugar, como ya hemos dicho, ¿qué es lo que hay que repetir? 5Si un maestro de Dios se sigue preocupando por el resultado de una curación, no hace sino limitarla. 6Ahora es la mente del mismo maestro de Dios la que necesita ser curada. 7Y esto es lo que él debe facilitar. 8Ahora el paciente es él, y así es como debe considerarse a sí mismo. 9Ha cometido un error y tiene que estar dispuesto a cambiar de men­talidad al respecto. 10Le faltó la confianza que habría hecho posi­ble dar verdaderamente, y, por lo tanto, no recibió el beneficio de su regalo.

2. Cada vez que un maestro de Dios trató de ser un canal de curación tuvo éxito. 2De sentirse tentado de dudar de ello, no debería repetir su esfuerzo previo. 3Éste ya fue máximo, pues el Espíritu Santo así lo aceptó y así lo utilizó. 4El maestro de Dios tiene ahora ante sí sólo un camino a seguir. 5Tiene que hacer uso de su razón para decirse a sí mismo que le ha entregado el pro­blema a Uno que no puede fallar; y debe reconocer que su propia incertidumbre no es amor, sino miedo, y, por consiguiente, odio. 6Su posición se ha hecho, por lo tanto, insostenible, pues le está ofreciendo odio a alguien a quien le ofreció amor. 7Esto es impo­sible. 8Habiendo ofrecido amor, sólo se puede recibir amor.

3. En esto es en lo que el maestro de Dios tiene que confiar. 2Esto es lo que realmente significa la afirmación de que la única respon­sabilidad del obrador de milagros es aceptar la Expiación para sí mismo. 3El maestro de Dios es un obrador de milagros porque da los regalos que ha recibido. 4Pero primero tiene que aceptarlos. 5Eso es lo único que tiene que hacer, ya que no hay nada más que él pueda hacer. 6Al aceptar la curación puede darla. 7Si pone esto en duda, que recuerde Quién dio el regalo y Quién lo recibió. 8Así se aclara su duda. 9Pensó que Dios le podía quitar los regalos que le había dado. 10Eso fue un error, pero es un error que no vale la pena conservar. 11Y por lo tanto, lo único que el maestro de Dios puede hacer es reconocerlo como tal y permitir que sea corregido.

4. Una de las tentaciones más difíciles de reconocer es que dudar de la curación debido a que los síntomas siguen estando presentes es un error que se manifiesta en forma de falta de confianza. 2Como tal, es un ataque. 3Normalmente parece ser justamente lo contrario. 4No parece razonable, en un principio, que se nos diga que preocuparnos continuamente es un ataque. 5Tiene todas las apariencias de ser amor. 6Mas el amor sin confianza es imposible, ya que la duda y la confianza no pueden coexistir. 7Y el odio es lo opuesto al amor, sea cual sea la forma en que se manifieste. 8No dudes del regalo y te será imposible dudar de sus resultados. 9Ésta es la certeza que les da a los maestros de Dios el poder para ser obradores de milagros, pues han depositado su confianza en Él.

5. Dudar de uno mismo es la causa fundamental de que se dude del resultado de cualquier problema que se le haya entregado al Maestro de Dios para que lo resuelva. 2Y eso implica necesaria­mente que se ha puesto la confianza en un ser ilusorio, ya que sólo de un ser así se puede dudar. 3Esta ilusión puede adoptar muchas formas. 4Tal vez temor a ser débil y vulnerable; 5tal vez miedo a fracasar y a sentirse avergonzado en conexión con un sentimiento de ineptitud; 6 quizá vergüenza acompañada de cul­pabilidad procedente de una falsa humildad. 7La forma del error es irrelevante. 8Lo único que importa es que se le reconozca como lo que es: un error.

6. El error es siempre una forma de preocupación con uno mismo, a costa de la exclusión del paciente. 2Es no reconocer al paciente como parte del verdadero Ser, lo cual representa, por lo tanto, una confusión de identidad. 3En tu mente se ha producido un con­flicto acerca de lo que eres, y te has engañado con respecto a ti mismo. 4Y te has engañado con respecto a ti mismo porque has negado la Fuente de tu creación. 5Si ofrecieses únicamente cura­ción, te sería imposible dudar. 6Si realmente quieres que el problema se resuelva, no puedes dudar. 7Si estás seguro de cuál es el problema, no puedes dudar. 8La duda es el resultado de deseos conflictivos. 9Ten certeza con respecto a lo que quieres, y te será imposible dudar.

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